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Frente al positivismo racionalista, que sólo cree en el poder de la razón filosófica y que considera que el mundo es esencialmente racional y justo, y frente al tragicismo, que sostiene que la realidad carece de sentido y orden, y que por tanto sólo la poesía puede comprenderla, la actitud postrágica de Ortega, Heidegger y Adorno, afirma que sólo en la tensión entre filosofía y poesía puede salvarse el ser humano, porque sólo esa colaboración y diálogo le permite acceder al ser.
El artículo que presentamos describe la evolución del pensamiento de Theodor Adorno, entre los años ’30 y la formulación de la Teoría Estética, acerca del rol de la técnica en la producción artística. El punto de partida de la investigación es una carta enviada a Walter Benjamin el 27 de febrero de 1936, en la cual se torna manifiesto el lugar central que ocupa la técnica en la estética de Adorno. Sostenemos, por una parte, que su concepción de ese aspecto de la producción ha sido bosquejada ya en los ensayos que había escrito sobre música y, por otra, que su perspectiva dialéctica de la técnica se presenta con claridad y se profundiza en el texto de finales de los ’60.
En mi artículo analizaré la lectura que hace Axel Honneth de uno de los textos más importantes del período de Jena de Hegel: el Sistema de la Eticidad. En términos generales, quisiera determinar qué importancia y qué limitaciones presenta este texto, en relación con otros trabajos del mismo período, para la formulación de la teoría del reconocimiento de Honneth. Para lograr este propósito considero necesario centrarme, particularmente, en la exégesis que hace de la cuestión del delito y del carácter ambivalente que presenta en el libro mencionado. Por un lado, constituye un acto destructivo que desgarra los procesos consolidados de reconocimiento; es decir, lesiona a la persona como sujeto de derechos y a la “persona como un todo” originando así una conflicto y una lucha entre ellas. Por otro lado, el delito conserva un “papel constructivo" en la medida en que exhorta a tomar conciencia de la dependencia respecto a la comunidad y de la necesidad de ser reconocido en su seno. Otro factor que resulta teóricamente productivo del modelo hegeliano es que provee las coordenadas, si bien de forma elusiva e implícita, para comprender la génesis y los motivos del delito haciendo alusión a una falta de reconocimiento inicial que se perpetúa en el derecho abstracto. En definitiva, lo que busco demostrar es que la interpretación que realiza Honneth respecto a la cuestión del delito en el Sistema de la Eticidad permite comprender elementos centrales de su propuesta de “sociologización del modelo de pensamiento hegeliano”.
El propósito de este trabajo es, por un lado, analizar la interpretación que propone Axel Honneth de las luchas sociales como luchas por el reconocimiento, su conexión con los procesos de formación moral y con la idea de identidad o autorrealización como concepto normativo clave a partir de la lectura de sus obras Crítica del agravio moral, La lucha por el reconocimiento y otros escritos del autor. A su vez, mostrar la relación de la identidad con el reconocimiento intersubjetivo y el modo como deberían pensarse las condiciones de posibilidad del mismo en las sociedades democráticas actuales, sobre todo en América Latina a partir de situaciones concretas que muestran cómo este es negado a determinados sectores sociales. Para Axel Honneth, las luchas sociales constituyen el punto de partida del análisis social, sin embargo habría que ir más allá, hacia la motivación moral de las mismas, y en este sentido considera que las experiencias pre‐científicas que se deben tener en cuenta son las de menosprecio, humillación, y vergüenza social, experiencias que producen una “herida moral” por falta de respeto a la integridad personal, experiencias donde el reconocimiento es negado y son vividas como injusticia. Por ello no es posible atisbar un horizonte normativo en su propuesta sino en contraste con las patologías sociales, ya que, pensar las luchas sociales es pensar acerca de la validez de los cambios sociales que las mismas posibilitan pero no sólo en vista a una comunicación libre de dominación sino en la línea del reconocimiento.
No se puede reducir sólo a un fenómeno religioso el hecho histórico de la existencia del Cristianismo. Ya como judíos marginales en el siglo I o como habitantes del Imperio Romano, con una obediencia debida pero limitada a las autoridades seculares, los cristianos fueron constituyéndose en un grupo difícil de integrar bajo una perspectiva únicamente religiosa. Entre los miembros de la Iglesia Católica, además de una multitud humilde y pobre, no faltarán nobles, filósofos, juristas, científicos, reyes, emperadores, cuyas actividades marcarán a propios y ajenos por el carácter dogmático de una creencia religiosa cuyas aristas van mucho más allá de la práctica privada. Los acontecimientos históricos, que aquí sobraría desarrollar, llevaron al desarrollo y constitución de la Santa Sede, «institución», o más tarde, «persona jurídica pública», por nombrar sólo algunas formas de caracterizarla. La autoridad religiosa y moral, incluso civil, del Romano Pontífice, y por lo tanto, extensiva jurídicamente a la Santa Sede, influyó decididamente, en forma positiva o negativa, en la cultura occidental aun cuando en sus efectos no se hubiese deseado de esa manera. Como Obispo de Roma, sucesor del Apóstol Pedro, es cabeza de la Iglesia Católica, y gobernará la conciencia y actuar de millares durante ya casi dos milenios. ...
Reconocimiento versus ethos
(2012)
El filósofo mexicano Bolívar Echeverría distingue cuatro ethe de la modernidad capitalista, entre ellos: el realista, hoy dominante, es el de la claridad; el barroco, es el de contradicciones, de doblesentidos. Según la teoría hegeliana del reconocimiento (Honneth/Habermas), la convivencia racional entre culturas sólo es posible dentro del ethos realista. Se parte del a priori dudoso de la posibilidad del reconocimiento dentro de la sociedad burguesa (entendiendo al racismo como algo accidental y no estructural). El ethos barroco, que existe en América Latina, implica la posibilidad de convivir con el otro sin reconocerlo en términos hegelianos, abriendo vías al mestizaje cultural. La falta de claridad de este ethos es la base de cierta convivencia intercultural bajo su actual imposibilidad estructural.